La Navidad suele llegar cargada de luces, mesas largas y sonrisas que parecen obligatorias. A pesar de ello, para muchas personas, estas fechas no siempre se viven desde la alegría. Lejos de la imagen idealizada, las fiestas también pueden activar soledades, duelos, cansancio emocional o balances personales difíciles. Frente a ese escenario, los especialistas coinciden en que no existe una única manera correcta de transitar la Navidad.

El psicólogo Roberto Marchetti pone el foco en una de las situaciones que más culpa genera: pasar las fiestas en soledad y enfatiza en que “el estar solo en Navidad no siempre significa que hiciste algo mal”.

“A veces son situaciones de la vida que debemos atravesar, y no quiere decir que estemos fallando o que seamos culpables”, explica. Desde su mirada, estar solo no es sinónimo de vacío ni de depresión, y puede convertirse incluso en una oportunidad para ejercitar la compasión hacia uno mismo.

“La soledad también puede ser aprender a darte respeto, una nueva oportunidad en la vida en base a lo que sobreviviste y a lo que perdiste”, señala Marchetti. Recordar a quienes ya no están forma parte del amor; el problema, aclara, aparece cuando ese dolor se vuelve un lugar fijo del que no se puede salir. “Las heridas tienen sus tiempos de sanar, y cuidarnos es parte de ese proceso”, reflexiona.

El peso de una Navidad idealizada

Gran parte del malestar que emerge en estas fechas tiene que ver con las expectativas sociales, considera por su parte, la psicóloga Lorena Gambarte. “La Navidad se construye como un momento en el que todo debería estar bien: los vínculos, los afectos, el ánimo. Se la presenta como una pausa obligatoria del conflicto y del malestar”, indica. Esa idealización, advierte, no contempla las historias personales ni los procesos subjetivos que cada persona atraviesa.

Cuando la experiencia real no coincide con ese ideal, muchas personas sienten frustración, tristeza o la sensación de que algo falla en ellas. “En realidad, lo que falla es la expectativa de lo que se supone que ‘debería ser’”, sostiene Gambarte.

A eso se suman los mandatos de “estar bien”, “ser feliz” o “disfrutar en familia”, que funcionan como verdaderas exigencias emocionales. “Imponen cómo uno debería sentirse y dejan poco lugar a la singularidad. Muchas personas se obligan a mostrar alegría aunque por dentro estén tristes, cansadas o atravesando duelos”, desglosa. El resultado suele ser mayor desconexión con uno mismo, culpa y silencio emocional.

Cuando lo que aparece no es alegría

Tristeza, enojo, nostalgia o agotamiento no son emociones extrañas en Navidad. “No es algo inesperado: la fecha vuelve más visible lo que ya estaba ahí”, afirma Gambarte. Las fiestas suelen actuar como un intensificador emocional, reactivando pérdidas, vínculos no resueltos y el cansancio acumulado del año.

El problema no es sentir esas emociones, sino no tener permiso para reconocerlas. En esos momentos, la psicóloga recomienda regular lo que se siente: nombrar la emoción, aceptarla, validarla y buscar bajar su intensidad. Respiración diafragmática, pausas breves, escribir lo que pasa o hablar con alguien de confianza -o con un profesional- son estrategias simples que también constituyen actos de autocuidado.

Poner límites también es cuidarse

No querer asistir a todas las reuniones familiares o decidir retirarse antes suele vivirse con culpa, pero los especialistas coinciden en que escuchar los propios límites es saludable. “El deseo y la disponibilidad emocional no son constantes ni obligatorios”, explica Gambarte. Poder elegir hasta dónde participar permite preservar el vínculo con los otros, pero también con uno mismo.

En la misma línea, expresar que uno no está bien no equivale a “arruinar la fiesta”. “Decir cómo nos sentimos no es un acto de agresión ni una falta de consideración”, sostiene la psicóloga. Muchas veces el miedo a incomodar tiene más que ver con mandatos internos que con lo que realmente ocurre. Callar, analiza, suele tener un costo emocional mayor que ponerlo en palabras.

Pensar una Navidad posible implica correrse de la exigencia de perfección y habilitar formas más honestas de transitarla. Tal vez no haya brindis multitudinario, pero sí un momento de calma. Quizás esta vez tampoco exista una alegría desbordante, pero sí respeto por lo que se siente. Como resume Marchetti, estas fiestas pueden ser un punto de inflexión. “Un antes y un después para aprender a desarrollar el amor propio, dejar de decirnos cosas crueles y empezar a cuidarnos”.